Harux y Harix han decidido no levantarse más de la cama: se
aman locamente, y no pueden alejarse el uno del otro más de sesenta, setenta
centímetros. Así que lo mejor es quedarse en la cama, lejos de los llamados del
mundo. Está todavía el teléfono, en la mesa de luz, que a veces suena
interrumpiendo sus abrazos: son los parientes que llaman para saber si todo anda
bien. Pero también estas llamadas telefónicas familiares se hacen cada vez más
raras y lacónicas. Los amantes se levantan solamente para ir al baño, y no
siempre; la cama está toda desarreglada, las sábanas gastadas, pero ellos no se
dan cuenta, cada uno inmerso en la ola azul de los ojos del otro, sus miembros
místicamente entrelazados.
La primera semana se alimentaron de galletitas, de las que
se habían provisto abundantemente. Como se terminaron las galletitas, ahora se
comen entre ellos. Anestesiados por el deseo, se arrancan grandes pedazos de
carne con los dientes, entre dos besos se devoran la nariz o el dedo meñique, se
beben el uno al otro la sangre; después, saciados, hacen de nuevo el amor, como
pueden, y se duermen para volver a comenzar cuando despiertan. Han perdido la
cuenta de los días y de las horas. No son lindos de ver, eso es cierto,
ensangrentados, descuartizados, pegajosos; pero su amor está más allá de las
convenciones.Juan Rodolfo Wilcock~
Tuesday, 18 November 2008
Los amantes.
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